martes, 27 de mayo de 2014

Rayada vol.I

Mi baño siempre había sido azul. Hasta hace un par de semanas. Mientras me lavo los dientes me pregunto cuánto tiempo necesitaré para adaptarme a un cambio tan intrascendente. Para olvidar mis baldosas azules y no esperarlas más al abrir la puerta.
Y pienso en cuántas puertas abro en busca de lo que hace años que no está ahí.
En esa sensación de saber sin saber que ocurre en medidas infinitesimales.

Malditos sean todos los lugares comunes, porque han perdido la vacuidad intrínseca a su definición.
El que fuera mi banco, mío y de nadie más, es ahora madera comida de recuerdos igual que de lluvias y soles.
Y cuando atravieso ciertas callejuelas, me roza la brisa de aquella noche lejana.
En los caminos cotidianos, una y otra vez me esperan miradas, caricias, hostias, risas, rugidos, besos, mordiscos, abrazos, gritos.
Sin los portadores de esos ojos, bocas y pieles.
¿A ti también te pasa? ¿O la memoria del corazón no se comparte así?
Los fantasas se encadenan en un metro de muro, en una piedra concreta, en un portal que nunca es cualquiera.
He ido dejando jirones de piel en nuestras calles.
¿Me ves cuando vuelves por allí?
Lo que fuimos en ese instante disuelto hace tanto.

A veces, sin saberlo, voy a un lugar esperando encontrar un tiempo.
Y tardo una eterna milésima de química neuronal en reconocer las baldosas nuevas.