martes, 16 de septiembre de 2014

Libertad

Recientemente me han preguntado cuales eran mis valores. Y me ha parecido una pregunta realmente difícil, porque quería responder con sinceridad.

Paso mucho tiempo en bares, en parques, en salones, hablando sobre todo tipo de "logías", "turas" e "ismos". Probablemente ya he dedicado más horas y energías a esos debates en pos de ordenar el ideario del mundo conocido que a cualquier otra cosa. Pero, ¿mis valores? ¿Qué clase de pregunta es esa? No tengo una lista de valores filosófica o políticamente establecidos. He tenido que pararme a pensar, buscando un concepto que sintetice cómo vivo mi vida.
Mi interlocutor, en un intento de afinar su pregunta y acelerar mis procesos mentales, me ha sugerido la familia como valor. Con ello no ha hecho más que agudizar mi cara de desconcierto.
Sí, yo quiero a mi familia, a quienes yo considero mi familia y en los términos subjetivos en los que entiendo y practico el amor. En mi estructura mental eso no es un valor. Y ahí he caído en que tal vez la pregunta era más simple, no me preguntaban por mis valores, sino por aquellas cosas a las que doy valor.¿Estábamos hablando de principios o de apegos?
Apegos tengo a montones, y me parece que el mayor es a la vida, ese concepto que para mí los alberga todos. Del moho mucilaginoso a la incognoscible antimateria. De la materia a la abstracción. De lo encontrado a lo creado. Ese prodigio que en síntesis llamamos "existencia".
Sin embargo, y por cubrirme las espaldas ante la dualidad de la cuestión, eso tampoco me parece un valor. Mi absoluta fascinación por los procesos y entidades que percibo como realidad es algo que valoro y agradezco, pero entiendo perfectamente que otros ignoren. Continuamente me encuentro con personas que no leen. Si bien, en mi egocentrismo supremo, pienso "pobrecitos, que mal se están haciendo", no me parece ese motivo bastante para abanderarme por Cervantes y afianzar mi autoproclamada superioridad en una suerte de paternalismo intelectual. Porque si vengo a circunscribir la existencia, en su amplitud, a la mediación de mi condición humana, tengo que reconocer la libre elección como el proceso al que doy más valor.
Gracias, Sartre, por escribir del Existencialismo.

La única respuesta que me ha parecido válida ha sido "libertad". Resulta que no tengo "valores", sólo tengo uno. Ante tan escasa respuesta, los protocolos sociales me llevaron a intentar ampliar mi concepto. Y sólo pude añadir "me gustan las personas, me gustan las diferencias".

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