Nosotros y nuestras soledades.
Nosotros, los niños perdidos. Deambulando
en los parajes de la tristeza. Siempre bailando. Bebiendo más de la
cuenta para volar. Y sonriendo.
La ironía y la blasfemia son nuestras
flechas.
Atravesamos el invierno solos. Y nos narramos la misma historia
de distintas pieles. Hablamos al viento sin vernos. Triunfando sobre la
distancia nuestra locura libre de espacio.
Somos las bestias de la
noche, cómodos en la oscuridad. Hermosos bastardos, perdedores dominando
el mundo con la gracia de moldear las tinieblas.
Acero que se calienta.
Buscándonos en la belleza.
Adoradores de pecados, encendemos fuegos
purificadores. Dónde quemar las mentiras que quisieron inculcarnos.
Desprendiéndonos de cien mil escamas cada vez.
La nimia franqueza de
conocernos desnudos.
Que tus patadas al mundo agrieten el glaciar tras
mis ojos. Te guardo miradas primitivas que muerden y desgarran. Que
envuelven y reconfortan.
No tengo augurios del mañana. La permanencia es
un concepto absurdo. Avanzo dibujando un laberinto de curvas y saltos.
Mientras, se me desgranan la boca y el boli en una vertiente de manos
húmedas, de sábanas de algodón que huelen a verdad.
Nosotros y nuestras
terribles galeras de melancolía y deseo.
Nosotros, los conquistadores
sin imperio. Vagando en los mares del desconcierto. Quemando naves,
odiando puertos. Saqueando al amor. Y sonriendo.
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